Fidel Castro habló y todo el mundo hizo cábalas. El líder cubano dijo el lunes que los problemas del país requieren soluciones complejas y él tiene el deber de aportar sus experiencias e ideas, pero no de «aferrarse» a los cargos ni cerrar el paso a los más jóvenes. Era la primera vez que afrontaba estos temas desde que cayó enfermo. Muchos en Cuba interpretaron que tal vez el comandante en jefe ceda dichos cargos, y ésa es una posibilidad; otros aventuraron que quizás abandone el poder, y ésa puede ser una precipitación. Pero nadie quedó indiferente. En la calle, en las empresas extranjeras y las legaciones diplomáticas, las palabras de Castro dispararon la expectativa de cambios. Unos cambios que, según informaciones cada vez más detalladas, el Gobierno ya prepara; reformas de calado aunque sin cuestionar el sistema socialista.
En candela
«La calle está en candela», decía ayer un ama de casa. No se refería sólo a la expectación por lo que Fidel dijo el lunes, sino a las incertidumbres y ansiedades desatadas a raíz de la larga convalecencia del líder, al constante runrún callejero sobre supuestas mejoras venideras y a las esperanzas y escepticismos expresados en los debates públicos en torno al discurso de Raúl sobre los «cambios estructurales y de conceptos» que Cuba precisa.
Las señales, declaraciones y anuncios sobre tales cambios son cada día más frecuentes y claros. Desde hace unas semanas, los medios de comunicación oficiales informan sin ambages de graves problemas que, pese a los esfuerzos por atajarlos, no están resolviéndose como deben ni al ritmo esperado: en la agricultura, en la construcción de viviendas, en la disciplina laboral e incluso en la sanidad. La conclusión, indirecta pero evidente, es siempre la misma: hay que tomar medidas drásticas.
El diario Juventud Rebelde publicó el domingo un extenso informe en el que se reiteraba hasta la saciedad la idea de «proporcionar tierras ociosas» a los agricultores que pueden cultivarlas: una medida de gran impacto que podría aplicarse en cualquier momento, según distintas fuentes oficiosas. No es una nimiedad: el 50% del territorio agrario de la isla está en desuso o invadido por los arbustos; su reparto afecta al concepto de propiedad, y la gestión del problema concierne a la organización del Estado. El camino de las reformas que Raúl está trazando empezaría precisamente por el campo, que es donde crecen las primeras malas hierbas de la economía.
Con Raúl al frente como presidente en funciones y Carlos Lage como vicepresidente económico y hombre fuerte en el día a día de la política, el programa que el gobierno prepara podría verse como una reestructuración. Entre los planteamientos que se barajan, según las diversas fuentes consultadas, destacan los de una amplia descentralización administrativa, una renovada organización institucional y una apertura a ciertas fórmulas de propiedad particular. Además, está ya anunciada una reapertura a la inversión extranjera y se examina cómo y cuándo podría liberalizarse el acceso de los cubanos a servicios que ahora les están restringidos, como los teléfonos móviles o los hoteles.
Los gobernantes cubanos se plantean la próxima celebración del VI Congreso del Partido Comunista, que arrastra un retraso de cinco años y que se considera necesario para afrontar ciertos cambios. Por otro lado, las elecciones del 20 de enero y la ulterior formación del Gobierno, el cual Fidel puede o no presidir de nuevo, invitan y casi obligan a la adopción de las mejoras que los cubanos esperan y necesitan.
Más allá de la cosmética
A las informaciones con anuncios o sugerencias de cambios se han sumado en las últimas semanas llamamientos muy directos de algunas figuras destacados. El respetado académico Aurelio Alonso, redactor jefe de la revista Casa de las Américas, declaró el domingo al diario mexicano La Jornada que «reformar es necesario pero no suficiente» porque «hay que reinventar el socialismo» en Cuba. Días antes, el presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios, Carlos Lage Codorniú –hijo del vicepresidente– dijo que el debate en la isla debe conducir «no a soluciones cosméticas sino a una constante renovación».
En su mensaje del lunes, leído en el programa La mesa redonda, Fidel se pronunció sobre su rol ante «los problemas de la sociedad cubana» de manera más directa que en ninguna ocasión anterior desde que cayó enfermo hace 17 meses. El presidente cubano reconoció la necesidad de «respuestas» a las dificultades que atraviesa la población, subrayó la complejidad de los retos y ofreció sus experiencias e ideas para afrontarlos, si bien también por primera vez abrió la puerta a la posibilidad de dejar los cargos. Pero en la práctica esa posibilidad tiene un alcance limitado. Porque lo que sí dejó claro Castro es su «deber» de aportar ideas… Lo que en este caso puede llegar a ser tanto como seguir marcando los destinos de Cuba: en calidad de consejero, de presidente o de ambas cosas a la vez, es decir, de gran líder o timonel de la isla.
La frase
En todo caso, ahí están las palabras de Fidel para que cada cual pueda sacar sus propias conclusiones:
«Mi más profunda convicción es que las respuestas a los problemas actuales de la sociedad cubana, que posee un promedio educacional cercano a 12 grados, casi un millón de graduados universitarios y la posibilidad real de estudio para sus ciudadanos sin discriminación alguna, requieren más variantes de respuesta para cada problema concreto que las contenidas en un tablero de ajedrez. Ni un solo detalle se puede ignorar, y no se trata de un camino fácil, si es que la inteligencia del ser humano en una sociedad revolucionaria ha de prevalecer sobre sus instintos.
Mi deber elemental no es aferrarme a cargos, ni mucho menos obstruir el paso a personas más jóvenes, sino aportar experiencias e ideas cuyo modesto valor proviene de la época excepcional que me tocó vivir.
Pienso como Niemeyer (el centenario arquitecto brasileño, de nombre Óscar) que hay que ser consecuente hasta el final».
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